Con un extraño sentimiento de soledad tras separarme del grupo de buenos amigos con el que recorrimos el norte de Colombia, me dirijo a Medellín, capital del departamento de Antioquia y ciudad que vio nacer al «hijoeputa» Pablo Escobar.
Según nos cuentan, esta ciudad es una muestra del incipiente auge y transformación de Colombia. Los turistas nos alojamos en el barrio del Poblado, una zona contemporánea y alternativa plagada de oferta nocturna y restaurantes que hacen las delicias de todo paladar europeo.
Parece que después de años difíciles, los paisas (gentilicio que identifica a los locales antioqueños) empiezan a sentir cierta tranquilidad al pasear por las calles de su ciudad, razón por la que desprenden una envidiable amabilidad y gratitud hacia los que visitamos los encantos que ofrecen sus rincones.
Especialmente, este sentimiento de resurgir se respira en la Comuna 13, uno de los barrios más afectados por la criminalidad de Pablo Escobar, las ELN, paramilitares, M18, FARC y distintas organizaciones criminales que han asolado (y en cierta medida siguen haciéndolo) al país. Y es que justo hace un año arrancó el Free Walking Tour por esta zona; los ojos brillantes de emoción del vecino que nos guía y enseña el significado de los coloridos grafittis plasmados en las paredes de su barrio reflejan la felicidad que uno tiene al enseñar su casa sin haber podido hacerlo, a causa de las barbaries perpetradas (alrededor de 200 muertos al año únicamente en este distrito), durante muchos años.
Como anécdota, se habla de algún rumor sobre la posibilidad de que el desdichado Pablo Escobar siga vivo. ¿Os imagináis que así fuera? En cualquier caso, lo único que debería importar es que los paisas hayan podido rehacer su vida y pienso que, siempre que no haga daño en el ahora no hay que mirar al pasado porque el rencor, como bien dijo Yoda, lleva al lado oscuro. En fin, el debate sobre el proceso de paz en el que Colombia está inmerso se palpa en la calle y encaja muchas opiniones y puntos de vista a veces hasta antagónicos, supongo que siempre es más fácil hablar estando fuera.
Desde el punto de vista atístico-cultural, el centro rodeado de calles peatonales y puestecillos de venta de cervezas y comida paisa ofrece el Museo de Antioquia, donde se puede visitar una interesante exposición sobre la historia de esta zona y dos o tres salas repletas de obras del colombiano Fernando Botero. Curiosamente y como muestra de la presencia del narcotráfico en este país, un par de obras se titulan “La muerte de Pablo Escobar”.
Y además de lo interesante de esta ciudad, he podido saborear durante un par de noches el pueblo de zócalos y colores llamado Guatape. A tan solo 2 horas de Medellin en bus (o como dicen aquí, buseta), este pueblo de montaña ubicado a 1.925 metros es, según dicen, uno de los más coloridos del mundo y desde su peñón al que se puede acceder subiendo 764 escalones (sí, son muchos pero se puede hacer corriendo) se divisa el embalse que baña la región con 1.200.000.000 metros cúbicos de agua que generan el 30% de la energía del país.
Pero lo mejor de Guatape, el hippie-camping en el que me alojé compartiendo vivencias, clases de slackline (la cuerda de equilibrio anclada entre dos árboles y sobre la que uno ha de – intentar – caminar) y cervezas al cobijo de la hoguera.
Colombia sigue superando todas mis expectativas, próximo destino: el eje cafetero de Colombia, nos leemos desde Salento!
Brutal, me ha encantado. Impactante el cuadro de Botero con Escobar en el tejado tras recibir tremenda balasera. Si hay un país que anhela paz esa es Colombia. Sigue disfrutando hermano!
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