Otras nueve horas de buseta (por cierto, confirmo que mis habilidades para dormirme en cualquier esquina ya casi superan a las de mi padre) me transportan a Cali: la capital de la salsa!
No es que Cali ofezca gran diversidad cultural, de hecho es un poco feita, pero lo divertido de esta ciudad es su vida nocturna y como no, la oportunidad de aprender a bailar salsa caleña de la mano de los mejores expertos en la materia. Asique eso hicimos! En fin… espero que mi retórica sea más efectiva para conquistar a las viejas o minas (nombre por el que algunos conocen a las mujeres del cono sur), porque la coordinación pies – caderas – hombros debió haberse quedado en algún lejano antepasado. Vamos, que los primeros pasos de mi sobrino Jako tienen más estilo.
Además de unas buenas risas y noche de fiesta, junto con Facu, Fede e Inca (dos argentinos y una catalana), subimos a los tres cerros para divisar los vestigios de la también imponente Cali.

A cuatro horas en otra buseta se puede visitar Popayán, la conocida como ciudad blanca de Colombia y que podría considerarse como la primera capital de la Gran Colombia, aquella nación nacida con Simón Bolivar como padre y libertador y que estuvo formada por el Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela y el istmo de Panamá.
Popayán es famosa por su semana santa y recuerda en gran medida a España, concretamente a Sevilla. En esta época del año, sus calles se engalanan y los cargadores (o costaleros) llevan a cuestas sobre sus hombros a distintas representaciones de Cristo, uno se siente como en casa! Y para celebrar mi estadía en Colombia, el mirador de Popayán me regala un bonito atardecer de despedida.

Tras mis días en Popayán, me dirijo a Ipiales para conocer el majestuoso Santuario de las Lajas y cruzar la frontera hacia Ecuador.

Uffff, difícilmente puedo describir mis pensamientos al llegar a la frontera con intención de cruzarla a pie. Lo primero, desidia, por saber que me toca enfrentarme a unas 4 horas de cola para recibir un sellito (odio las colas). Lo segundo, sentimientos encontrados entre el estremecimiento y la suerte de haber nacido en mi casa; acongoja ver el movimiento masivo de venezolanos en busca de una nueva y próspera vida.
Durante las tan dichosas como instructivas cuatro horas de espera, coincidí con una familia de Venezuela. Él, algo más joven que yo junto con su esposa embarazada, su prima, su tía y dos amigos, había renunciado a seguir malviviendo en su país natal y a su trabajo como ingeniero en el Banco de Venezuela durante hace ya unos años.
Pero es que, entre otros factores, la inflación de más del 1700% y la devaluación de la moneda han minorado su salario hasta llegar a cobrar (en el mejor de los casos) 1$ al mes; esto, unido a la escasez de suministros y demás incontables miserias ha hecho necesaria su partida rumbo, en este caso, a Lima, Perú. Espero que allá donde finalmente estén asentados encuentren la dignidad que todo ser humano merece.

Y ahora sí que sí, tras un mes recorriendo sus bondades, me despido de Colombia. Ha sido un placer, seguro que volveré!
Muy buen post y, aunque dura, seguro muy valiosa experiencia esa de cruzar la frontera a pie. Sigue disfrutando de la experiencia y cuidate! Abrazo fuerte. Saudades.
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Dale hermano! Nos vemos pronto, abrazo!
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pues me ha sorprendido gratamente Colombia, lo que más Medellín, q tenia la imagen de Narcos. muy interesante haber conocido a la familia de Venezuela y conocer la problemática de primera mano. A Seguir!!!!
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Esta es la forma de conocer una ciudad ,país , hay que patearlo . Cruzar la frontera de esa manera es pesado pero aprendes de la vida , Besos y a continuar
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Y sobretodo, aprendo a tener paciencia 🙂
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